Explorando los campos del monasterio Blue Clifff, a dos horas de la ciudad de Nueva York, me asombró lo que identifiqué de lejos como una familia de venados. En mi tierra, ver un venado es un acto casi mitológico. Yo caminaba para abajo, con gorro y las manos encajadas en las bolsas de la sudadera. Estábamos en noviembre. Desde hacía unas semanas, el viento impiadoso venía arrancando las últimas hojas de los árboles. Encontré en el camino de piedra a un monje, con la túnica marrón sobre una camisa de manga larga. “Lindos los venados”, le dije sonriendo, sintiéndome un zen explorador. “Da un paso y respira para adentro, da otro paso y sacas el aire, siente la tierra en los pies cuando des los pasos”, me respondió el monje. “Inténtalo, ve a caminar por ahí”, añadió señalando un sendero entre los árboles esqueléticos.
lunes, 21 de noviembre de 2022
Pensar en venados
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