A través de los 36 grados que marca el celular y que implica un horroroso estado bajo el sol, veo el agradecimiento hacia Guatemala, mi país. Cuando uno ve las Olimpiadas se piensa en el país, en la bandera, en ese concepto indelegable. Es decir, sabemos que es una ficción, pero el corazón palpita al ver que se obtiene una medalla para una tierra donde conocemos todo o más o menos todo: nuestra casa, familia, ancestros, secretos. Se extrañan las callejuelas, los pasos a desnivel, las tiendas en la esquina, el Esperanto, el estar a un mensaje de los amigos de siempre. 36 grados centígrados no son poca cosa. Hoy, por ejemplo, luego de caminar 18 minutos me aterrizó en la cabeza un taladro que me botó en el sofá. En el verano se pensaría que hay libertad y congoja y celebración pero esta temperatura está bien pero para unos días en la playa y piscina pero luego ya es una especie de tortura sempiterna en la cual para salir a la calle te la piensas: si no es indispensable mejor no hacerlo ya que te sumerges a un espacio que podría ser un sauna infinito o una sensación de carbonización generalizada. A la intemperie, no hay atisbo de no-calor (claramente, en estas ciudades hay aire acondicionado en todos los lugares) pues el viento parece una oleada de vapor de agua que hierve. En la noche (hoy salí a caminar a las 10 de la noche) estábamos encima de los 30 grados. Ese es el verano normal aunque supongo que por el calentamiento global está un poco más caluroso que otras veces. Esas temperaturas son atípicas en mi tierra. Un amigo que vivió en Alemania mucho tiempo me lo dijo y lo confirmo cada día: “lo mejor que tiene Guatemala es el clima”. Algo de lo que podemos sentirnos orgullosos; algo que nos fue dado y no lo valoramos como podríamos. En la mayoría de días en Guatemala el termómetro marca 25 grados o por ahí. Un día de ese tipo, en otras ciudades, como en la que me encuentro, es motivo de fiesta: la gente sale a pasear, organizan pic nics, comidas al aire libre, entre otras actividades lúdicas, conciertos, por ejemplo. Pero bueno, en Guatemala no hay metro o transporte público decente. Lo pienso así en cómo funcionan las antípodas de la realidad y las percepciones y la sensación de la costumbre. Además, las temperaturas extremas suelen generar vacaciones para que la gente viaje hacia otros parajes menos agresivos. En fin, una reflexión antes de dormir, antes de caer a los sueños farragosos y poco determinados en medio de un clima más allá de lo físico: un clima de incertidumbre.
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