sábado, 17 de junio de 2023

La oportunidad de trascendencia


 

Dice Pema Chodron que cuando quema el infierno del apego -extrañar un momento imposible, la rabia que desata hogueras indescifrables, los celos o cuestiones así de caóticas y aparentemente incontrolables- uno puede darse una pausa y hacer que desde el sentir de ese fuego agónico brinque una deidad -como Mahakala, una deidad iracunda- y al verla tan grotesca nos dé un susto benigno (como cuando asustan para quitar el hipo) que muestra la completitud de la iluminación fecunda. ¿Cuándo se terminan esos momentos de apego, de enganche cancerígeno que nos roba la paz? Cuando nos iluminamos, dice Pema Chodron. 

 

Uno ha estado acorralado por diversos factores, aunque no dejamos de ser privilegiados por estar en la práctica y tener combustible en la panza. Vemos alrededor y las millones de ficciones que nos acompañan dan náusea suprema: no solo la política sino lo que la humanidad preferentemente emana: edificaciones del ego infinito: cada palabra parecería enfocada en validarnos, sabernos parte de un holograma que debe encajar en una idea arquetípica cultural, descifrada así por la construcción económica, social, etcétera. Las verdades nobles del Buda, la condición de que todos sufrimos, nos confirma un entramado truqueado, indispuesto, vomitivo. 

 

Hay quienes a lo mejor les es más fácil existir. Hay quienes les requiere más tiempo, como a mí, vincularse a un sendero significativo. Uno ha tratado de todo, experimentado de todo para concluir que depender de una validación exterior resulta un fracaso consuetudinario. No hay forma de llevar una buena vida así y el mundo que consumimos está básicamente permeado por las validaciones: las validaciones negadas (de los padres o de alguien más) se terminan añorando en parejas, jefes, premios, títulos, etcétera. 

 

A las mujeres se les demanda la belleza, a los hombres el poder, por decir dos consideraciones simplistas, que se interconectan pero si vamos a generalizaciones, nos desciframos en esos términos (las construcciones de género) y entonces vemos problemas alimenticios, cosa común, o que se hace literalmente todo por lograr una posición para “conseguir” una novia linda que será esposa y madre y así reproducir el ciclo de la infatuación familiar.

 

En buena medida, la mayoría somos presas de esto y lo aceptamos: quizá no tiene nada de malo pero el tema es esforzarse en la búsqueda de un sentido por medio de que otros nos aprueben y jamás “llegar”; lo percibido está siendo constantemente diseñado por nuestra individual psique que aprendió a hacerlo así; pero bueno, hay otras formas de disfrutar la vida. 

 

Y más que disfrutar, latir con consciencia plena de las tribulaciones que nos aterran en lo interno y que se explayan sobre los sistemas económicos y jurídicos: el más poderoso velará por su interés o por lo que cree que es su interés; recordemos que se ha visto a tantos millonarios suicidarse, imperios implosionar, presidentes asesinados. 

 

Se siente ese ambiente de que esta realidad ya no da. Que se requiere un manifiesto. Pero sin tiempo libre, no habrá ninguna idea revolucionaria que aceitar, como me ha dicho mi amiga. Se los digo desde la capital del Imperio: esto ya no da. Habrá fórmulas mágicas para parchear la estructura pero el espíritu es sabio y nos está poniendo en frente a los glaciares derritiéndose que interpelan así el sentido cultural económico más concreto; nos vamos a ahogar sin soltar los dólares/yuanes/euros enterrados en el banco. Necesitamos acariciar este momento. 

 

El miedo es el motor que jala de regreso: vuelvo al punto inicial: miedo a soltar la certeza del apego a alguien, a algo, o a todo lo conocido; ya soltamos las drogas que era un dios bastante influyente, ahora será el poder, el like y la validación; decía Pema que finalmente ella pedía que el apego se manifestara seguido porque así saltaría Mahakala, y como dios iluminado, asustándola (como quitándole el hipo) le recordaría el despertar, la oportunidad de trascendencia. 

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