jueves, 25 de mayo de 2023

Escribo cansado

 

Escribo cansado. Escribo muerto. Todos estamos muertos, en potencia. Si digo muertos y no digo muertos y muertas, o muertxs o todes estamos muertes, en ciertos círculos, estaría muerto. No voy a entrar a indagar más y quizá tienen razón y el lenguaje es vivo y debe ser inclusivo pero ahora solo escribo sin pensar, viendo cómo mis yemas presionan el botón de la letra para combinar dos, tres letras y una palabra y una frase y el otro día leí después de años un cuento de Cortázar y como me dijo Payeras una vez: cuando leía a Cortázar yo era feliz; fui feliz leyendo ese cuento escrito con agonía y meticulosidad y notaba, una vez más, que me gustan esos finales, a todo mundo le gustan los finales de Cortázar y nos inspiran a poner is griegas para precipitar un desenlace misterioso, arcaico, nostálgico o tenaz que es como una ola que llega y se va; cierta paz da leer literatura. Hoy vi a alguien leyendo el libro de la Chica Mala de Vargas Llosa en italiano y le pregunté y me dijo que lo había leído varias veces y me relató en dos platos la trama, yo leí ese libro pero solamente se me vienen recuerdos de recortes, los pasajes en Inglaterra en esa cultura de caballos y aristócratas y un poco las relaciones de ella y el personaje del intérprete, pero no más. El olvido está presente siempre. ¿Imaginen que nos recordáramos de todo todo el tiempo? Como la película Everything, Everywhere, All at Once, no sé si la vieron pero por ahí leí una aproximación budista sobre el todo y los pincelazos que podrían interpretarse desde ese lente. Está también, más que nunca presente, el cuento de la Biblioteca de Babel de Borges. Esto del ChatGPT nos hace pensar que quizá es posible que todo vaya a estar escrito pronto y lo que se pretende presentar como nuevo será solo una ilusión potable para desconocedores. En fin, me da placer estar tecleando, como jugando, mientras miles de ansiedades me rodean: me rodean a mí, que soy asimismo una idea de mí. Noto, a veces, cómo se desprende un pensamiento como si fuera un retoño que florece: el preciso segundo de florecer: ahí el milagro, ahí la atención, acariciar ese episodio minúsculo y dejar que florezca y que siga su cauce, no identificarse con ese objeto que despunta; puede haber millones de florecimientos en un minuto, de hecho los hay y nada tienen que ver conmigo. ¿Cuántas plantas están muriendo y naciendo ahora? ¿Cuánto llanto instantáneo en los sepelios y en las salas de nacimiento de los hospitales? Pero, regreso: la intención toral de esta reflexión era partir de que se requiere tiempo para el despertar de consciencia. El tiempo se hace, el tiempo se estira y se adecúa para las prioridades; es verdad. Puede que sea una excusa lo que digo, pero realmente el capitalismo y las demandas de productividad y mantenerse vivos, limpios y al día con la renta exigen una cantidad de esfuerzo diurno y a veces nocturno que básicamente no deja espacio para sembrar las semillas del despertar. Es como si el mismo samsara -la espiral del eterno retorno que planteaba Nietzsche, y otros antes que él- implique por default un lugar en la cadena de productividad, y que para romper con la estancia dentro de estos entramados de podredumbre -crisis, urgencia de validación, que el nombre de uno retumbe en los cielos- que replica la misma nefasta entonación sin salida, se deban incinerar puentes con este mundo aunque sean puentes metafísicos y simbólicos; y en un punto a lo mejor residir pero sin dejarse drenar o bien solo aprender el baile sin que nos engullan los zopilotes que quieren devorarnos y nos escupen y nos demandan todo, nuestra destrucción absoluta. O bueno, ¿y si eso es? Esa incineración inmisericorde de las identidades, que esta agonía que nos lanzan y nosotros también nos lanzamos sea la larga noche necesaria para el despertar que implicará el aplastamiento de las gotas del otro cuento de Cortázar, plaf, una viscosidad en el mármol; nos gustan los finales de Cortázar.

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