Recién me duché en el aeropuerto de Nueva York; me siento oficialmente Tom Hanks. Llevo más de un día viajando desde que salí de Sudáfrica. Me espera la ciudad de México, lugar al que voy a tramitar la visa de estudiante para volver a Washington DC. Hace un mes arranqué una maestría en derecho. Con lo que me costó sacar mi carrera en Guatemala, con lo que peleé con los profesores y con lo que juré incluso en un poema jamás volver a estudiar más derecho. Las veces que me salí de la universidad, que discutí con mi padre, que insulté la ley. Debo decir que en las clases que llevo ahora sí que se explora el derecho en el sentido más profundo, contrario a lo que lo viví en Guatemala, donde, con el perdón de unos cuantos catedráticos, no te justifican las normas más que con la frase “porque la ley así lo dice” que es en realidad un escupitajo al estudiante que quiere desentrañar los principios fundacionales de las civilizaciones y no solamente aprenderse las leyes que son parte de un esquema político -y económico- que sustenta un Estado -todos los Estados- para mantener cierto poder.
Es fácil decirlo y uno claro que lo intuye pero en mi querido país es tan difícil que se enseñe así de claro, quizá porque mostrar la realidad tan sinceramente puede generar cambios volubles no deseados por los dueños de las educaciones y los gobernantes. Últimamente me pasa que se me vienen una serie de explicaciones minuciosas -quizá innecesarias y por eso ya no las digo-, por ejemplo de cómo se fraguaron los sistemas políticos -instituciones, tratados internacionales, modelo económico y financiero- post Segunda Guerra Mundial y a partir de ahí se marcó lo que entendemos cómo realidad. Muy básica la onda: quien ganó la guerra le puso su huella a la forma en que los territorios y las poblaciones se relacionan. ¿Pero qué otra forma de hacerse había?, cuestionaría cualquiera. Y más que reñir en este texto, solo pienso, reflexiono, desde el aeropuerto de Newark.
Tenía días -meses- de querer escribir sin mayor objetivo. Estar haciendo reportes en oficinas puede enseñarte muchas cosas -precisamente de cómo se mueve este mundillo- pero ciertamente te coarta hacia una pose estirada. Y bueno, yo sí que tengo un aire político, por decirlo, pero ante todo, y disculpen esta otra pretensión, ante todo soy un poeta. Me da risa cuando abogados quieren demeritar una resolución de un tribual o cualquier otra cosa diciendo “eso es pura poesía”, intentando dar a entender que carece de sustento. ¡Qué tiene más raíz y más certeza que la misma poesía! Pero así es este mundo, permanentemente nos frustraríamos si nos enojara cada inconsistencia que se nota en los demás y en uno mismo; no negaré que el ser más contradictorio radica acá en este pecho. ¡Tiren la piedra, pues, hermanos y hermanas del pecado!
Platicaba con alguien del tema de vivir fuera del país propio y lo comparaba con ser un huérfano, apuntaba a la inteligencia que nace por esa condición donde no hay más que la necesidad empujando, entre las piedras, a las plantas hacia el sol. Al obligarse a ese esfuerzo se logrará que la planta sea más robusta que las demás. Ver la situación así, denota una capacidad de sustraer de lo opaco algo brillante, diciéndolo en términos bastante jungianos. Es lo que hacemos en espacios espirituales: enfocar la energía, no negar la oscuridad sino adentrarse en ella. Me lo decía porque yo le contaba del periplo que me cargo desde Sudáfrica, de ciudad en ciudad. Me decía que vivir fuera me fortalecería, los viajes así de locos mostraban un poco ese desarraigo. Y eso que en la ida a Sudáfrica me fue bastante peor: el vuelo se canceló y tuve que pasar un día en Frankfurt, lo que me llevó a conocer nada-más-con-un-ojo-abierto la casa de Goethe pues el jet lag me terminó haciendo trizas a medio paseo.
En el viaje pasaron un par de cosas importantes y una de ellas fue la liberación de 222 presos políticos nicaragüenses que ahora serán mis vecinos en DC. Con otro amigo comentamos la fuerza del Obispo Rolando Álvarez, quien decidió no subirse al avión y Daniel Ortega por medio de un juez lo condenó por esa ofensa a 26 años de cárcel. Condena que recibió con todo el peso de un mártir cristiano, en el sentido más profundo y existencial, para colocarse -me decía este amigo- al lado de Monseñor Romero y Juan Gerardi y otros curas que ofrendaron su vida en aras del expandir de la conciencia; sus actos son pasos superiores que develan al poder más pestilente y subliman la transparencia del espíritu anteponiéndose al cuerpo desechable. La renuncia del individuo para fundirse con la totalidad. Lo imagino a Monseñor Álvarez -a quien el Papa Francisco recién le dedicó un tuit- resistiéndose a subir al avión y volver a la Nicaragua-prisión para enfrentarse a su destino abrasivo pero fecundo. De otra forma el Papa quizá no habría notado -o al menos no con tanta efusión- la situación de Nicaragua. Un sacrificio cristiano pleno desde la más sincera hermenéutica del corazón.
Son gestos que pican con triste ilusión el alma, entre tanta desesperanza colectiva en el que los ultranacionalismos crecen como maleza con espinas frente una propuesta más humana que no termina de permear; uno no sabe cuál será el auténtico rumbo del nuevo paradigma esperado. Entiendo que se está edificando este postulado -hay visos que enfocan al mundo sostenible- pero antes de llegar habrá mucha sangre y no sé si más guerras de las que siempre ha habido pero sí una convulsión caótica en lo que se encauza una apuesta. En mi país, Guatemala, ya lo saben, las elecciones que vienen no resolverán nada; al contrario, se profundizará la represión sobre todo si gana Zury Ríos, hija del dictador Ríos Montt. Es ingenuo pensar que ella no viene con las manos deseosas de vengar el juicio de su padre, conducido principalmente por las víctimas del genocidio, organizaciones de derechos humanos, respaldado por la prensa y la comunidad internacional. Ella y sus aliados pensarán que no se valía juzgar a quien derrotó el comunismo y que hay que equilibrar poniendo en la picota a quienes se atrevieron en tocar a los militares con las manos sucias.
Pero no quería adentrarme mucho en el proceso electoral, ese zafarrancho que observo por medio de un telescopio. Quisiera impugnar candidaturas, hacer y deshacer, como hace cuatro años cuando intentamos de todo y conseguimos poco o casi nada. Diría que ahora busco este paradigma pero es mentira, solo busco contar un poco lo vivido en los últimos días. Aseguro que esto me calma y me entretiene y sé que a algunas personas les interesa leer estas historias.