Ayer me sucedió algo atípico en medio de una conversa. De bajón, le inquirí a Jorge, amigo místico, cómo él se conectaba con Dios. Como si un viento milagroso hubiera pasado de repente, me dijo que gracias a mí, quien tenía enfrente, había logrado conectar con Dios de una forma más sustancial. La respuesta me conmovió; inesperadamente me había dado un nuevo tono ante mi energía decaída. Mi pregunta original había sido auténtica porque yo sentía que Jorge generaba formas para relacionarse con Dios que yo desconocía. Suelo verlo tranquilo y me comenta que las cosas solamente vienen a él sin buscarlas; claro, también me ha hablado de algunas depresiones y desgano en términos muy cotidianos. Por eso la respuesta con referencia a mí, me había enmudecido. Luego elaboró con mayor detalle sobre la respiración, sobre que encontraba a Dios en el respiro y que cuando uno respiraba con consciencia, todo estaba bien sin importar las condiciones externas. Esta no es ninguna enseñanza propia, más bien es algo milenario, reproché. Pero él lo ligaba a mí porque en algún momento acudimos a un retiro con monjes vietnamitas y hablamos recurrentemente de ese viaje. Nos pusimos luego de unas lágrimas emotivas, a respirar, viéndonos, con una sonrisa tenue como la de los budas.
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