Es difícil ser ético pero retribuye. El concepto del karma, así como tantas otras palabras sánscritas, como el mismo tantra, ha sido tergiversado. El Dalai Lama escribió al menos un libro donde aclara que el tantra es una práctica antigua desvirtuando el exclusivo uso erógeno que se le ha dado popular y comercialmente, y casi lo mismo sucede con el karma; pero no porque sea utilizado de tal forma incorrecta vamos a dejar de hablar de él. No seremos como aquellos que apedrean a los escritores clásicos solo porque está cool asesinar a tótems. Pasando la explicación, que podría no ameritarse, regresemos al asunto del karma y la ética y lo complicado que resulta.
Karma podría entenderse como un continuo camino hermanado como una trenza imborrable sobre causas y consecuencias.
Hay un vacío huérfano de amor, de validación, de qué hacemos en esta mañana que hay que abrir los ojos. Nadie me preguntó si quería amanecer, que yo recuerde. Nacemos a un espacio determinado, una cultura, una familia, un idioma, una específica manera de vivir que es lo que consideramos normal. El cariño, por ejemplo, se configura de cierta manera y las necesidades igual. Aprendemos a gritar para comer, para que nos cambien y si nos limpian rápido gritamos menos o si nos pegan aprendemos a enconcharnos y nos sale coraza para no sentir el daño; si no hay modelos la vida será más áspera y así van haciéndose los apegos y la personalidad y la autoestima. Nuestros padres son nuestra forma de realidad y sin que seamos conscientes hacia ahí nos proyectamos hasta que debemos desprendernos y entonces viene una gran ruptura para edificar la individualidad… en el fondo no nos podemos explicar todo, con las palabras pretendemos aproximarnos a la realidad pero no hay manera de hacerlo completamente sino adentrándose al despertar hacia la experiencia misma.
Es rudo hacer las cosas bien, que no es lo mismo que ser buen chico, lo que implica fingir que se cumplen las reglas a sabiendas de que se están tergiversando con el ánimo de salir en caballo blanco, como se dice. Todos tenemos en el pecho una culpa que purgar, la conciencia, a veces más, a veces menos, late indiscutiblemente. Por lo que, para la paz, es necesario que se practique cierta ética profunda que repercuta en cosas como no tener deudas (kármicamente hablando) que deberán ser cobradas. Los dichos son sabios: uno siembra lo que cosecha, o como dicen en lenguaje coloquial: todos sembramos la piña en la que estamos sentados.
Esto parecería que no es tan simple ya que la mente nos engaña queriendo crear atajos para el bienestar y creyendo que se puede subir el Everest en helicóptero y celebrar como si se hubiera recorrido el trayecto a pie. Un sistema de valores fue aprendido pero usualmente hay asuntos que se toleran -pasarse en rojo un semáforo, mentiras piadosas- pero ese grado de tolerancia hacia un posible mal justificado que nos facilitará algún aspecto de la vida es elástico y podría llegar al momento en el cual justificamos bombardear una ciudad para conseguir petróleo para los automóviles, y, para mayor tupé, podríamos hacerlo en nombre de la paz planetaria.
Sigo escribiendo de lo mismo desde hace quince o veinte años. Sigo llorando por la injusticia solo que ahora veo que yo mismo soy generador de injusticias y de energías dañinas hacia afuera: no carece mi ser de interdependencia entre el todo -lo social- y mi persona -mi cuerpo y consciencia- y más bien, mi realidad, la que ayudo a crear, está determinada por los grados de ética y de siembra y es quizá mi única palpable posibilidad.